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Historietas de la medicina I


Vacas, matarratas y serendipias
Permitid que os explique cómo llevamos algo más de sesenta años salvando vidas con matarratas. Y de lo plagada de casualidades que está la historia de la medicina. ¡Es fabulosa!
Hoy va de tres granjeros, varias vacas muertas, dos veterinarios, algún conejo, un químico, un danés, un soldado suicida y un presidente.
La historia empieza con unas vacas, que en los años 20 del siglo pasado vivían en las praderas de Canadá y el norte de Estados Unidos.
Ganado aparentemente sano perecía de hemorragia interna o se desangraba en pocas horas después de cualquier procedimiento. La primera observación que ayudó a seguirle la pista a la mortal y desconcertante condición llegó cuando se dieron cuenta de que cuando las vacas se alimentaban de heno de trébol de olor, sangraban más, particularmente cuando el clima era húmedo. A más lluvia, más muertes: Y era invierno.
Frank Schofield, patólogo del la Escuela de Veterinaria de Ontario, notó que las vacas que morían eran las que habían consumido heno infectado con moho. Normalmente el heno mohoso se desechaba, pero -dada la situación económica-, lo habían estado usando. Para comprobar su teoría, Schofield condujo un experimento en el que alimentó a unos conejos con heno seco, y a otros con húmedo y deteriorado. Estos últimos corrieron con la misma suerte que las vacas y murieron en nombre de la ciencia. Al mal se le empezó a conocer como "la enfermedad de trébol de olor".
Fue otro veterinario, Lee M. Roderick, que trabajaba en la Estación de Agricultura Experimental de Dakota del Norte, en Fargo (Minnesota), quien descubrió que la enfermedad era prevenible: bastaba con no darle heno mohoso a las vacas. Si ya era tarde y la habían consumido, una transfusión de sangre de una vaca sana salvaba a una enferma.
Diez años después de que se levantara la alarma, un granjero estaba en Wisconsin, EE.UU. desesperado, sin saber qué más hacer. No parecía haber nada que impidiera que sus vacas murieran de esa enfermedad, así que, en medio de un fuerte temporal de nieve fue a la Estación de Agricultura Experimental en Madison.
Llevó consigo un novillo muerto, heno de trébol de olor y una lata de leche llena de sangre de sus vacas para mostrar a los expertos que no se estaba coagulando. El granjero se llamaba Ed Carlson y cuando al fin llegó al lugar, estaba cerrado.
Pero la casualidad lo llevó al edificio de bioquímica donde el químico agrónomo Karl Link todavía estaba trabajando. Aunque no había trabajado nunca en el tema, estaba enterado de lo que Schofield y Roderick habían descubierto y le aconsejó a Carlson que sólo diera a las vacas heno fresco, y que les hiciera trasfusiones si estaban enfermas. Sin embargo, esa solución no estaba al alcance de un granjero pobre como Carlson.
Conscientes de ello, tras el encuentro con Carlson en 1933, Link y su equipo se dedicaron a intentar aislar el anticoagulante del heno de trébol de olor. Les tomó seis años, pero lo lograron. Descifraron la estructura del compuesto, lo sintetizaron y lo nombraron dicumarol.
Cuentan las crónicas que en 1945, Link enfermó y tuvo que pasar seis meses en un sanatorio. No he podido encontrar por ningún archivo qué fue lo que aquejaba a Link, ni dónde estuvo ingresado, pero eso importa poco. Lo fundamental: aburrido, se puso a leer sobre la historia del control de plagas de roedores. Ahí surgió la idea de cómo empezar a rentabilizar su reciente descubrimiento.
A su regreso al laboratorio, empezó a investigar la posibilidad de utilizar dicumarol como veneno contra las ratas.
Uno de los análogos resultó ser ideal: WARF-42, que pasó a ser el pesticida más exitoso. Muchos lo conoceréis por el nombre de Warfarina: el anticoagulante oral más usado de la historia, pero eso es otra historia aún más curiosa…
A pesar de que los doctores no habían dudado en probar el dicumarol en humanos, la idea de hacer lo mismo con warfarina, pero eso harina de otro costal: un veneno para exterminar ratas resultaba demasiado llamativo y además suponían que se tratara de un elevado riesgo.

Aquí es donde entra en juego la famosa serendipia que tantas veces ha aparecido en la historia de la medicina. En 1951, un recluta del ejército de EEUU hizo lo que los médicos no se habían atrevido a hacer: bebió matarratas.
Queriendo suicidarse bebió el matarratas más exitoso del momento: warfarina. Consumió veneno para ratas durante 5 días. Maravillas de la casualidad: No murió.
Cuando se dio cuenta que no estaba pudiendo matarse, fue a la clínica de la base militar y confesó su estúpido y desesperado gesto suicida.
Al igual que a las vacas, lo trataron con una transfusión de sangre. Pero también una dosis grande de vitamina K, que como el equipo de Link había comprobado, podía revertir la hemorragia.
Breve nota al margen merece el descubrimiento de la Vitamina K en 1929 por parte del científico danés Henrik Dam. Quien descubrió el papel fundamental de esta vitamina en el proceso de la coagulación. Lo que la valió ganar el premio Nobel en 1943. Como curiosidad os apunto la etiología del nombre: La llamó "la vitamina de la coagulación", que en alemán se escribe koagulation, de ahí la K.
Retomando la historieta del soldado que se había intentado suicidar con matarratas: la cosa concluyó con la total y rápida recuperación del recluta. Y su caso sirvió de catalizador para que la warfarina pasara de ser un veneno para matar ratas a un anticoagulante que se usa para prevenir trombosis y tromboembolismo. Era 1951, ¡Eureka!
No obstante, en medicina, los procesos llevan sus tiempos. Y que se tratase de un fármaco cuyo compuesto químico también se usaba como matarratas no ayudaba mucho a la labor.
Y en este panorama incierto se encontraban los galenos y la industria farmaceútica de la época cuando en 1955 el presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower sufrió un infarto de miocardio. A pesar de que los informes médicos del presidente de los EEUU eran secretos, pronto se supo que al hombre más poderoso del mundo lo habían tratado con Warfarina como anticoagulante. A partir de entonces, su uso se generalizó.

Es lo que tiene la conducta social humana: la coherencia arbitraria. Esa asociación inmediata de que si algo es bueno para el hombre más poderoso y popular de la tierra también lo iba a ser para uno mismo cuando necesitara un fármaco anticoagulante.
No olvidemos que Eisenhower, Ike –como se le conocía en términos más coloquiales-, no sólo era el presidente de los Estado Unidos de América. Nombrado por la revista Time como el hombre derrotó a Hitler, Eisenhower había sido General de cinco estrellas del ejército de los EEUU durante la Segunda Guerra Mundial. Comandante supremo de las fuerzas aliadas occidentales en Europa. Responsable de la planificación y supervisión de la invasión del norte de África en la Operación Torch entre 1942 y 1943, de la invasión de Francia y Alemania entre 1944 y 1945 en el frente occidental. En 1951, se convirtió en el primer comandante supremo de la OTAN y llegó a ser el 34.º presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961.
Es decir: era un hombre excepcional.
Y esta es la historia de cómo desde la década de los años cincuenta, se utilizan los derivados del dicumarol como fármacos anticoagulantes. Que en muchos lugares del mundo suele ser la Warfarina, aunque en nuestro medio solemos emplear otro. Que por si todavía no habéis caído de qué fármaco estoy hablando, concluyo revelando que es el Sintrom.
Otro día, más historietas.

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